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Retornar al Padre

Horas previas a casarnos, mi esposa y yo fuimos a confesarnos separadamente, buscando contraer matrimonio siendo tan libres como pudiéramos. Confesamos las veces en que habíamos entregado nuestro amor a individuos que no lo merecían y las veces en que no nos habíamos amado como debíamos. Sabía que tras años de ver pornografía, me había entregado a tantas otras mujeres, pero que por medio de la Gracia de Dios, mi mente y mi memoria habían empezado el proceso de sanación.

El día de nuestra boda, queríamos unirnos sin ninguna reserva de nuestro pasado y ser íntimamente uno. Y de eso se trata la Confesión. La palabra “Reconciliación” enfatiza un retorno a la intimidad con Dios. La mención del amor esponsal no es un accidente, es exactamente el punto. Dios quiere que estemos presentes con Él en cada momento con ese nivel de unidad esponsal.  El pecado no es solamente el quebrantamiento de una regla, sino la ruptura de una relación amorosa. La Confesión es el movimiento legítimo de nuevo hacia el Amante Divino, quien ansía nuestro regreso. “Vuelve, Israel, al Señor tu Dios”, dijo el profeta Oseas a su pueblo en el exilio (Oseas 14, 2). Una y otra vez, el pueblo judío olvidó la bondad del Señor, y aun así Dios se mantuvo fiel como sólo un amante podría. Una y otra vez, somos tentados a alejarnos de la bondad del Señor, y sin embargo Dios espera por nuestro regreso.

A través del sacerdote imperfecto, se nos concede acceso al Perfecto Amante de nuestras almas. El Papa Francisco afirmó que no es Dios quien se cansa de perdonar, sino que somos nosotros quienes nos cansamos de pedir perdón. Sé que experimenté vergüenza y frustración debiendo regresar al sacramento semana tras semana por cuestiones de lujuria en mis años de universidad. Iba a diferentes parroquias, pensando en que los sacerdotes se empezarían a acordar de mí. Por supuesto, no me percataba de que necesitaba rendir cuentas y que Dios siempre, pero siempre, estaba esperándome ahí en el sacerdote para recibirme nuevamente en la intimidad con Él.

Ahora que soy padre, mis hijos, claro está, hacen cosas que ponen a prueba mi paciencia y me empujan hacia la ira. Mi enojo para con ellos no dura más que un momento, y seguidamente, intento consolar, reconciliar y derramar mi amor sobre ellos. Dios Padre nos mira con un amor tan infinito que ningún pecado que cometamos nos separaría de Él. Pero debemos ser lo suficientemente humildes como para decir: “Perdóname, Padre, porque he pecado”.

Vete y no peques más

La respuesta a la crisis moral de nuestro tiempo es vivir en santidad. En cada momento de prueba para la Iglesia, grandes santos han surgido para liderar la respuesta, almas lo suficientemente humildes como para admitir que ellos son pecadores necesitados de un Salvador. AL final de cada Confesión, realizamos un Acto de Contrición, en el cual afirmamos nuestra intención de evitar lo que sea que nos lleve hacia el pecado. Hay un peligro en tratar a la Confesión como una limpieza rápida de autos cuando frecuentamos el sacramento sin comprometernos a cambiar los comportamientos y hábitos problemáticos. Esto rebaja la Divina Misericordia que Dios nos ofrece a través de la sangre de Cristo.

¿Qué tan seriamente nos planteamos la vivencia de este llamado al arrepentimiento? Tenemos que dar un 100%. Debemos estar dispuestos a alcanzar las raíces de nuestros hábitos y ver dónde se originan nuestras heridas. “Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo” (Marcos 9, 47). Tengo amigos que han cambiado sus teléfonos por unos “menos inteligentes”, para que pudieran ser libres de sus incesantes tentaciones a la lujuria, la envidia y la pereza. Instalé software en mi computadora años atrás para ayudarme a vencer el uso de la pornografía y ser responsable, por el bien de mi alma y mi futura vocación. No es fácil, y lleva tiempo. Pero por medio de las examinaciones de nuestras heridas, Dios es glorificado y podemos ser transformados. Los comportamientos pueden ser corregidos y la integridad puede ser alcanzada con la ayuda del Divino Sanador.

Perdón y paz

“Para ser libres nos ha liberado Cristo” (Gál 5, 1). Dios no envió a Su único Hijo para que tengamos más reglas y vivamos con una culpa temerosa y neurótica, sino para que tengamos vida en abundancia (Juan 10, 10). Una vida vivida en el amor divino y en la verdad ciertamente nos liberará. Intento ir a confesarme al menos una vez al mes. San Juan Pablo II iba una vez a la semana, lo que el Papa tendría que confesar, ¡sólo Dios lo sabe! Cuanto más santos seamos, tanto más veremos nuestras tendencias egoístas y errores y veremos la gran distancia entre quiénes somos y quiénes podríamos ser. Los grandes santos dan testimonio de esto. Aun así Dios derrama Su gracia sobre aquellos que son lo suficientemente humildes y persistentes como para pedirla. Experimenta la sanación que Dios quiere realizar en ti. Retorna a la intimidad con Dios en el preciado sacramento de la Iglesia. ¡Confiésate y cree en la gloria de Dios!

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