Lo que aprendí de un casamiento durante el coronavirus
No fue el casamiento que ellos habían pensado.
Con el coronavirus apoderándose de la vida normal diaria a través del país, muchas cosas se han interrumpido, la menor de ellas no es la reunión de familiares, seres queridos, y amigos que sean testigos de la unión de dos almas y corazones en santo matrimonio.
Cuando mi mejor amiga me pidió ser su dama de honor hace casi un año, ni bien se comprometió, yo estaba eufórica.
Había sido testigo del inicio de su relación como una camaradería de compañeros de trabajo a una atracción mutua a un enamoramiento, con mucho crecimiento y aprendizaje de por medio.
No podía esperar por su matrimonio y por la posibilidad de celebrar un amor del cual yo tenía el honor de ver florecer desde el día uno, desde contemplarla al caminar por el pasillo en frente de su familia y amigos hasta avergonzarla y ser una estrella en la pista de baile.
Incluso cuando lo que se planeó no pudo ser llevado adelante (una sencilla celebración en la iglesia, fotos en el Capitolio, y una recepción en uno de los hoteles históricos de Washington DC), un casamiento durante este tiempo realmente destacaba para mí todo lo que un casamiento debería ser, completa y totalmente sobre el matrimonio.
Pero en la sociedad de hoy, el matrimonio es desestimado porque, más usualmente, todo el énfasis es puesto en el día y no en el resto de la vida, la celebración, y no el matrimonio.
Aún más trágicamente, uno de los elementos más importantes que contribuye al éxito de los matrimonios, la práctica de la castidad reservando el sexo para el matrimonio, es patentemente ignorado en la sociedad de hoy.
La castidad es probablemente el único elemento más importante en preparación de un matrimonio, uno que debería ser considerado mucho antes de que alguien entre en una relación, algo que es un estilo de vida, y no algo a marcar en la lista de preparativos para la boda.
¿Por qué? Practicar la castidad y reservar el sexo para el matrimonio exhibe un profundo amor y respeto por el otro porque, al vivir la castidad, estás buscando el mayor bien del otro, no usar a tu novio o novia para tu auto-gratificación.
El casamiento de mi amiga durante el coronavirus hizo vívidamente evidente que tenemos el casamiento y el matrimonio al revés.
Pero ser parte de un casamiento durante el coronavirus que era totalmente distinto de lo que habíamos planeado, excepto por el matrimonio en sí, enfatizaba que el matrimonio es lo más importante.
Nos correspondería poner tanto o más enfoque, trabajo, tiempo y consideración en nuestros matrimonios, incluyendo amar tanto a la otra persona que estamos dispuestos a esperar en vez de centrarnos primariamente en la celebración del día del matrimonio.
Como una mujer que ha estado en múltiples casamientos, me es familiar la cantidad de preparación, premeditación, consideración, diálogo y compromiso que conlleva la planificación de un día.
Pero piénsalo: ¿Una cantidad similar de premeditación, consideración y diálogo es puesta en el día a día del matrimonio, mes a mes, año a año?
Parte de esa premeditación, consideración y diálogo es la práctica de la castidad en el matrimonio, no tan sólo siendo fiel a tu pareja físicamente, sino también tratándola con un amor de sacrificio que coloca sus necesidades por encima de las propias. La castidad continúa incluso dentro del sacramento del Matrimonio.
Como el San Juan Pablo II nos recuerda: “El amor entre varón y mujer no puede ser construido sin sacrificio y abnegación.”
El casamiento de mi mejor amiga reveló de una manera muy cruda (a pesar del vació en la iglesia más allá de los padres, sobrinos, el padrino de bodas y yo, los ramos de flores caseros en lugar de los decorados de los bancos, y las fotos tomadas afuera de la iglesia con nuestros celulares en lugar de una sesión de parte de un fotógrafo profesional), la belleza de un casamiento realmente celebrado como un matrimonio, y no como una fiesta cara.
Por lo que estoy abogando es el retorno de un esfuerzo extravagante que no termina una vez que “el día” ha terminado, de un esfuerzo extravagante que continúe dentro del matrimonio, uno que haga del matrimonio la piedra angular, no algo a ser procrastinado. Una decisión diaria, de amar, de servir, de sacrificio, aún cuando no es fácil, porque eso es el amor.