Abre tus ojos (parte 1)
Tenía catorce años, estaba desempacando unas remeras nuevas que había ordenado y me las probaba en mi nueva figura. Mi mamá estaba ahí conmigo y nuestro diálogo era algo como esto:
Yo: “¡Oh, wow! ¡Nunca antes me había visto tan bien!”
Mi mamá: “Em… creo que esas remeras deben ser devueltas.”
Yo: “¡¿Qué?! ¡No! ¿Por qué?”
Mi mamá: “No quieres que los muchachos piensen cosas sobre ti, ¿o sí?”
Yo: “¡Eso no es justo! ¡Los muchachos son estúpidos! ¿Por qué no pueden pensar como nosotras?”
A pesar de mis protestas, mi tan increíble mamá devolvió las remeras. Me consoló con “cuando te cases con un gran hombre y estés sola, podrás vestirte como quieras para él”. Eso calmó de algún modo mi drama adolescente. Después de todo, él era el chico a quien yo quería impresionar. Pero también recuerdo haber pensado “¿eso tiene que esperar al matrimonio también?”
Al ser adolescente y tener que vestir modestamente me resultaba molesto porque no parecía justo que la manera en que yo vistiera estuviera sujeto a los que los hombres pudieran ver sin sentirse tentados, hasta que me di cuenta que no se trataba sólo de la lujuria. La modestia no es puesta en práctica como respuesta a algo malo como la lujuria, sino como respeto por algo sagrado como todo mi cuerpo y alma.
Puede ser tentador para las mujeres mirar a nuestro cuerpo, sentir vergüenza y pensar “este cuerpo mío puede tentar a un hombre a pecar, a objetivar, a lujuriar, mi figura femenina puede llevar al mal, por lo que debo ocultarlo”. ¡No!
Observa a tu cuerpo y recuerda: “Este cuerpo es sagrado. Ésta es la imagen de Dios, la imagen del amor auto-donante. ¡Dios creó mi físico femenino para el increíble e inspirador propósito de la unión con mi amado y la pro-creación, el desarrollo y nutrición de la imagen de Dios! Él me dijo “muy bueno” y puesto que el cuerpo de una mujer es tan profundamente bueno, ningún hombre tiene derecho a siquiera ver la totalidad de la sexualidad femenina sin el permiso de Dios mismo. Mis atributos femeninos son demasiado sagrados, demasiado importantes y demasiado bellos como para que cualquier hombre contemple a excepción de aquél con quien me donaré recíprocamente… y sólo cuando Dios mismo nos haya entregado el uno al otro.”
Cuando vistes modestamente, no significa que tienes que no tienes que resplandecer o no ser atractiva. Deberías vestir de un modo bello por la misma razón por la que vistes modestamente (no para obsesionarte con tus miradas ni para atraer la atención), sino por respeto hacia el valor de tu propio cuerpo.
Si bien ayudar a que los hombres controlen sus pensamientos puede ser un buen fin para nuestra decisión de practicar la modestia, la motivación más profunda ha de provenir del reconocimiento que vestir inmodestamente es ante todo y sobre todo, un pecado contra tu propio cuerpo.
No ofertes lo que no está a la venta. No expongas como “irrelevante” lo que al hombre, para poder obtener, debería costarle toda una vida de devoción. No alcanza con que un hombre no quiera lujuriar tu sexualidad femenina. Él también debe considerar tu sexualidad femenina como un tesoro invaluable.
El velo de la modestia impulsa al hombre a respetar ese valor. La modestia ha sido llamada “una invitación a la reverencia”. La modestia invita a los hombres a apreciar debidamente cuánto vales como mujer. Si él huye de la invitación, tú debes huir de él. Si él no piensa que el cuerpo de una mujer es lo suficientemente sagrado como para merecer el velo de la modestia, él no te apreciará debidamente en el matrimonio. Cuando un hombre acepta el velo de la modestia, es porque él puede ver claramente cuán hermosa eres.
El Papa San Juan Pablo II explica que en la inocencia del Edén, Adán y Eva veían los cuerpos desnudos del otro como una invitación a amar a la otra persona. La modestia conlleva el respeto y la reverencia que el cuerpo humano vale. Cuando te hayas preparado con la reverencia para reconocer el valor inconmensurable, entonces el don de sí mismo puede ser dado y recibido sin más que alegría y gratitud. Cuando tengas esta reverencia en el compromiso del matrimonio para amar totalmente a esta persona, la revelación de este don se convierte en una invitación para amar.
Sólo hay un hombre que alguna vez invitarás a amarte como a sí mismo. Tu luna de miel es una fiesta privada con un invitado muy exclusivo. Es una invitación privada.
“Aquello que está cubierto es sagrado, sólo para ser descubierto en el amor matrimonial.” – Scott Hahn, Signs of Life