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Por qué no salgo con hombres que “quieran” reservar el sexo para el matrimonio

“Hay algo que necesito contarte”, le dije a un hombre en su sofá en un departamento de Tampa. Él, en sus casi 30 años e interesado en mí, asintió, y esperó a que hablara. Yo, en mis poco más de 20 años, respiré hondo antes de decir: “Voy a reservar el sexo para el matrimonio”.

Exhalé mientras él procesaba silenciosamente lo que acababa de decirle. Luego me miró y dijo: “Si tú quieres esperar, esperaré”. Pero la espera nunca fue parte de su mundo. Él aceptó abstenerse del sexo conmigo porque él sabía que si no lo hacía, yo no saldría con él. Él aceptó comportarse como si practicase la castidad, pero sólo se vinculaba con la abstinencia no-marital por causa de mi prohibición del sexo no-marital.

Él respetó mis límites, hasta que dejó de hacerlo, hasta que se burló de mi decisión de reservar el sexo y lo llamó “inmadurez” en un esfuerzo por manipularme para cambiar de parecer. Él dijo “ningún varón querrá esperar tanto”, y me pidió que rompiera mi promesa de practicar la castidad. En vez de eso, rompí con él. Aprendí mucho en esa relación, incluyendo lo siguiente:

Nunca saldré con un muchacho que tan sólo “quiera” reservar el sexo. Y aquí está la razón:

Porque no quiero un hombre que actúe castamente; quiero un hombre que sea casto.

Los que practicamos la castidad aprendemos a ser dueños de nosotros mismos. Prometemos gobernar nuestros apetitos en lugar de ser gobernados por ellos. Un hombre que “quiera” reservar el sexo en orden a salir conmigo no es un hombre que gobierne sus apetitos. Es un hombre que hace que sus novias castas hagan ese trabajo por él. De salir con él, he de gobernar apetitos doblemente, lo que me convierte en una facilitadora: él no tiene que practicar el señorío de sí mismo si yo lo señoreo.

Porque un hombre que no practica la castidad no define al sexo de la misma manera que yo.

Los que practicamos la castidad creemos que el sexo es un signo físico sagrado, del compromiso que los cónyuges hacen el uno al otro en el altar donde contrajeron matrimonio, diseñado para unirlos y tener hijos. Un hombre que “quiera” reservar el sexo, pero que tendría sexo no-marital si le diera mi permiso, por defecto no define al sexo del modo en que yo lo defino. ¿Cómo podemos ser unidos por el sexo en el matrimonio si no podemos estar de acuerdo en el propósito del sexo?

Porque un hombre que renunciaría a la virtud (suya o mía) si tan sólo le diera mi permiso, es un hombre cuyos estándares son demasiado bajos.

Un hombre que “quiera” reservar el sexo es un hombre cuya decisión de abstenerse del sexo no-marital probablemente tenga un motivo subyacente, el cual sería la ausencia de mi consentimiento. Él estaría tanto, o más, contento saliendo con una chica que no practicase la castidad. Pero yo no quiero casarme con un hombre que se conforme con una mujer casta. Quiero un hombre que quiera una mujer casta, que tenga estándares altos porque quiere que me convierta en la mujer que Dios quiere que sea.

Porque los hombres son más capaces de lo que el mundo les dice.

“Ningún varón querrá esperar tanto” es una mentira, y los muchachos a quienes se les enseña eso, se convierten en varones que creen eso. Pero yo tengo estándares altos para los hombres porque creo que mis futuros hijos merecen un padre que pueda alcanzar ese estándar alto, porque creo que los hombres pueden alcanzar estándares altos, porque creo que Dios los creó para que sean capaces de eso.

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arleen fall 2013Arleen Spenceley is author of forthcoming book Chastity is For Lovers: Single, Happy, and (Still) a Virgin, to be released by Ave Maria Press in Fall 2014. She works as a staff writer for the Tampa Bay Times. She has a bachelor’s degree in journalism and a master’s degree in counseling, both from the University of South Florida. She blogs at arleenspenceley.com and tweets @ArleenSpenceley. Click here to like her on Facebook.

 

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