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El amor no es odio

Unos meses atrás, entré a una tiende de marcos con una gran imagen de San Juan Pablo II, y la coloqué en el mostrador. El vendedor, un caballero gentil en sus cuarenta años, observó cariñosamente a la imagen durante un momento, y remarcó: “Soy un chico católico. Qué lástima que la Iglesia no me quiera”. Aunque no hacía falta decirlo, era obvio que se refería a su homosexualidad. Le pregunté: “¿Qué quieres decir con que la Iglesia no te quiere? Por supuesto que la Iglesia te quiere. Dios te ama. La Iglesia te ama. Este es tu hogar”. Él se veía felizmente impresionado  y preguntó: “¿A qué parroquia vas ?”

Tuvimos una agradable conversación, y cuando volví al local unas semanas después, lo saludé y exclamó: “¡Recuerdas mi nombre!”. Nuevamente tuvimos un cálido diálogo y noté que sus ojos comenzaban a lagrimear. Él me preguntó: “¿Puedo abrazarte?”. “¡Por supuesto!”, le respondí, caminó hacia el otro lado del mostrador y nos abrazamos como hermanos. Llamé a mi hijo, quien me acompañaba, y le dije “Tú también dale un abrazo, compañero”. Mi hijo vino y nos abrazó a los dos. De camino a casa, le agradecí a Dios por el encuentro, porque sabía que me había encontrado con Dios en este hombre. Esos breves momentos con él fueron los acontecimientos que me iluminaron el día. Él incluso me envió un mensaje por internet mostrándome cómo él había enmarcado la misma imagen de San Juan Pablo II para su casa.

La razón por la que comparto esto es porque no creo ser el único que está harto de los medios de comunicación que dicen que si creo en el matrimonio tradicional, “odio” a las personas que experimentan atracción al mismo sexo. Odiar es una palabra fuerte, y no debería ser usada con el propósito de obtener puntos polémicos al agitar los sentimientos de las personas.

Muchas personas que experimentas atracciones homosexuales han sufrido debido al fanatismo, al acoso cruel, y al huir de la homofobia. Algunos han cometido suicidio por causa de su rechazo y bullying que han experimentado, aún dentro de la misma familia. Necesitamos ser profundamente sensibles a estas realidades, reconociendo que tan odiosos prejuicios deberían ser condenados.

¿Eres un hater?

He aquí la cuestión: ¿La profesión de fe de uno sobre el matrimonio tradicional constituye un discurso de odio? De ser así, aquellos a favor del matrimonio homosexual deberían ser cuestionados:

¿Ustedes odian a las personas que quieren entrar en un matrimonio polígamo?

¿Ustedes odian a las personas que quieren un matrimonio “abierto” o “monagamish”, donde la fidelidad no es un requerimiento?

¿Ustedes odian a la mujer que contrajo matrimonio consigo misma?

La mayoría de las personas que conozco y que experimentan atracciones homosexuales, son seres humanos de por más agradables. No logro entender que ellos odiarían a alguna de las personas mencionadas anteriormente, a pesar de que puedan estar en desacuerdo con su definición de matrimonio.

Entonces, seamos justos: Si estás en desacuerdo con alguien en la definición de matrimonio, eso no te convierte en un hater. Puedes estar en desacuerdo vehementemente con alguien, y aun así amarlo profundamente.

Algunos dirán: “Pareciera que la Iglesia ataca a las personas homosexuales al prohibirles el matrimonio”. Quienes hacen esta objeción entendible suelen desconocer que la Iglesia no intenta dejar a nadie soltero. La Iglesia simplemente cree que la unión sexual de hombre y mujer es una de las partes más esenciales del matrimonio, y por lo tanto, quienes sean incapaces de ello son incapaces del matrimonio. Por ejemplo, la Iglesia no cree que las parejas impotentes sean capaces del matrimonio (No debe confundirse con la infertilidad, la impotencia es cuando una persona es incapaz de la relación sexual). Es importante entender que cuando la iglesia habla sobre el matrimonio, no está hablando primariamente sobre lo que las personas hacen (intercambiar votos), sino más bien en lo que las personas se convierten (un ícono del amor de Cristo por su esposa, la Iglesia).

No es de sorprender que, muchas personas incluso objetarán a esto, asumiendo que la Iglesia no tiene derecho a tratar semejantes cuestiones. Lo que resulta irónico es que la cultura que primero demandó las relaciones sexuales sin matrimonio, ahora demanda el matrimonio sin relaciones sexuales.

Llamados para amar

Al afirmar que la unión en una sola carne es esencial al matrimonio, la Iglesia no le está limitando a nadie la capacidad de amar. De hecho, aquellos cuya vocación no es la matrimonial siguen estando invitados a expresar el amor de Dios de un modo poderoso. Muchos de los que experimentan atracciones homosexuales han abrazado gozosamente este llamado, pero sus voces (y grandiosos sitios web) suelen ser aplacadas por aquellos que asumen que la castidad es una opción utópica. Sus vidas son evidencia que a pesar de que muchos han rechazado a la Iglesia Católica, la Iglesia no rechaza a nadie.

Al final, no es una expresión de odio invitar a las personas  a practicar la castidad. Es más, sería una falsa forma de compasión guiar a alguien a la creencia de que pueden encontrar la verdadera felicidad por fuera de la voluntad de Dios.

La cuestión del matrimonio igualitario tiende a exacerbar las respuestas emocionales, y eso está bien. Es saludable tener debates apasionados y enérgicos sobre temas de gran importancia, tales como la definición del matrimonio. Pero en el calor del debate, no hemos de perder de vista el hecho de que cada persona merece ser tratada con respeto. Si empezamos a burlarnos unos a otros, entonces habremos perdido nuestra templanza o nos hemos quedado sin argumentos válidos, o ambas.

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j-evertJason Evert founded chastity.com has spoken on six continents to more than one million people about the virtue of chastity. He is the author of more than ten books, including How to Find Your Soulmate without Losing Your Soul and Theology of the Body for Teens.

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