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La importancia de la modestia…para HOMBRES

Antes de atravesar este campo minado, dejemos algo en claro: este es también un problema de hombres, no es sólo para con mujeres (y no me refiero a los hombres simplemente “guardando los ojos”). En mi caso, estaba completamente esclavizado por la idolatría de mi físico por muchos años antes de mi conversión. Vivía por ver mejoras en el espejo (todas las noches y todas la mañanas; de hecho, esa era la razón por la que hacía ejercicio tan arduamente), aun cuando mi supuesta razón era el fútbol (americano).

La belleza de la persona

Para Juan Pablo II, la persona es una entidad única de dignidad y valor inherentes; en su famoso dicho doble, las personas (en primer lugar) no deben ser usadas y (en segundo lugar) la “la persona es un bien respecto del cual sólo el amor constituye la actitud apropiada y valedera” (todas las citas de Juan Pablo II son de Amor y Responsabilidad, la cual él originalmente escribió como Karol Wojtyla). De este modo, cuando se trata de personas, negativamente, no pueden ser usadas como meros objetos; y, positivamente, deben ser amadas.

Como personas humanas, también tenemos lo que Juan Pablo II denomina “valores sexuales.” Aquí entra la modestia en cuanto a esa tendencia de cubrir nuestros valores sexuales, no porque sean inherentemente malos, mas para asegurar que no se menosprecie nuestra dignidad como personas. En las palabras de Wojtyla: “La necesidad espontánea de encubrir los valores sexuales es una manera natural de permitir que se descubran los valores de la misma persona.” En otras palabras, los valores sexuales de la persona son buenos; pero su lugar correspondiente en el contexto de la totalidad, de la totalidad de la persona. Pero cuando los valores sexuales oscurecen la totalidad, la persona se convierte en un potencial objeto de uso.

Es en este sentido que la pornografía revela, no demasiado, sino muy poco: esto es, muy poco con respecto a la totalidad de la dignidad de la persona; incita al espectador a ver un único aspecto, los valores sexuales, como lo único importante. La pornografía, entonces, “oscurece el valor esencial de la persona.”

Intención y función

El primer lugar para comenzar a tratar la modestia, es la intención (vean el libro de mi esposa, Emotional Virtue, capítulo 10). Wojtyla escribe: “No hay en el vestir nada impúdico más que aquello que, al subrayar el sexo, contribuye claramente a encubrir el más esencial valor de la persona y ha de provocar inevitablemente una reacción hacia la persona como hacia un objeto posible de placer a causa de su sexo”, es decir, cuando alguien deliberadamente busca acentuar sus valores sexuales de tal modo que oscurece su dignidad como persona.

En términos de especificidad concreta, Wojtyla apunta a la consideración de la funcionabilidad de una vestimenta, por ejemplo, “en ocasión de los grandes calores, de la visita al médico, en el baño, o durante un trabajo físico.” Si la vestimenta sirve esencialmente a la función, entonces no es inmodesta: “Para calificar desde el punto de vista moral una manera de vestirse, hay que tomar en consideración la función que llena un vestido determinado. No cabe tener por impúdica una desnudez parcial del cuerpo, si cumple con una función objetiva.”

Pero Wojtyla continúa, notando que utilizar semejante vestimenta fuera del contexto de su función específica sí se vuelve inmodestia. Puesto que la vestimenta no sirve ya a la función, sino que es usada por alguna otra razón, probablemente para llamar la atención.

Ejercitación

Un lugar común donde la gente lucha con la modestia, es en la ejercitación. Por un lado, puédese decir que la vestimenta para ejercitar sirve con la función de hacer ejercicio. Y hasta cierto punto, esto es cierto. Pero he aquí la cuestión: ¿vestirías la misma vestimenta si no hubieran espejos, o si pensaras que nadie te vería? Si la respuesta es “no”, entonces la vestimenta no es sólo sobre funcionalidad. Sé que en los años previos a mi conversión, intencionalmente buscaba oportunidades para mostrar mis logros de ejercitación (por ejemplo, sacarme la remera cuando no lo necesitaba), después de todo, ése era el mayor porqué yo me ejercitaba.

Y esta obsesión por mi físico derivó en un deseo de ser notado en ese aspecto, lo que a veces fomentaba relaciones para nada saludables. En otras palabras, el “culto del cuerpo”, el cual hubo de consumirme antes en la vida, está directamente relacionado con nuestra búsqueda de pureza y castidad.

Para mí, cuando me encontré con Cristo, vislumbré un sentido más profundo de la vida y mi mente y corazón comenzaron a cambiar. Y cuando dejé de adorar en el altar del “cuerpo”, pasó mucho tiempo para transformar mi pureza.

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Andrew Swafford es un Profesor Asociado de Teología en el Benedictine College. Entre sus publicaciones se encuentran Spiritual Survival in the Modern World: Insights from C. S. Lewis’ Screwtape Letters y John Paul II to Aristotle and Back Again: A Christian Philosophy of Life. Él y su esposa, Sarah, viven en Atchison, KS.

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