Mi cuerpo, entregado para ti
Recientemente estaba desanimada al darme cuenta de que muchos jóvenes católicos consideran al sexo como algo de lo cual avergonzarse. De hecho, he luchado con sentimientos de culpa sobre mis deseos de intimidad física, intentando sofocarlos a pesar de que son naturales. Por supuesto, en necesario entender que el sexo pre marital siempre está mal, aún cuando las consecuencias no son inmediatas. Sin embargo, es igualmente importante entender que este anhelo de comunión es realmente sagrado, y no fue sino hasta que medité en el último Misterio Luminoso del Rosario hace poco, la Institución de la Eucaristía, que lo entendí.
Antes de que Jesús entrara en su Pasión, Él dejó un gran regalo: la Eucaristía. Si bien Él hizo esto para conmemorarlo, lo hizo aún más por su anhelo de unirse físicamente con nosotros. De hecho, Él quería que nuestra unión con Él fuera tan perfecta, tan completa, que no sólo nos dio Su Cuerpo en la cruz, sino que nos da Su Cuerpo cada vez que lo recibimos en la Eucaristía.
Muchos de nosotros hemos nacido y crecido en la fe, y no pensamos dos veces en recibir la Eucaristía. Puede ser algo que simplemente hagamos de memoria. De lo que nos estamos perdiendo en esta resignación sin vida, es que esta actitud puede ser comparada como con quien recibe a su amante sin pasión ni fervor, porque la Eucaristía es una expresión de amor físico, así como la unión en una sola carne de marido y mujer. Recibir a Jesús en la Eucaristía es lo más cercano que podemos estar de Él en la tierra, y es por medio de la intimidad que nos acercamos tanto como se pueda con una persona.
Dios anhelaba tanto esta comunión perfecta para nosotros que nos diseñó para encajar juntos como piezas de rompecabezas, el sexo es tan importante, tan bueno, y tan necesario, no solamente para nuestros corazones y almas, sino también para el bien de la creación. Hay una razón por la cual las personas asociian sexo con amor, incluso en situaciones desordenadas, y una razón por la cual el sexo puede ser tan adictivo y absorbente: porque Dios nos diseñó para anhelar la intimidad.
Debido a que la intimidad es sagrada, ni recibir la Eucaristía ni entrar en intimidad con otra persona vienen sin condiciones, puesto que requieren sacramentos formales para ser estimados buenos y apropiados. Un no-católico no puede recibir la Eucaristía sin haber sido bautizado ni haberse preparado para recibir su primera comunión. Él o ella tendrán que entrar en esta comunión con Dios con todo su corazón, y educarse y prepararse a sí mismos debidamente de antemano.
De igual modo, no podemos entrar en uniones con medio corazón con otras personas. Debemos dar todo de nosotros a otra persona antes de entrar en intimidad, y esta donación de sí mismos sólo puede ser lograda a través del sacramento del matrimonio. La castidad no existe para reprimir el amor; en vez de eso, convoca al amor auténtico haciendo énfasis en las condiciones correctas para la intimidad.
Antes de recibir la Eucaristía, es necesario examinar nuestras conciencias y confesar cualquier pecado mortal, que son nocivos en nuestra relación con Dios y nos inhiben de entrar en perfecta comunión con Él. Es por esto que es un sacrilegio recibir a la Eucaristía en estado de pecado mortal: buscamos intimidad con Dios luego de haberlo herido mortalmente, y antes de buscar perdón.
Así mismo, si realmente amamos a alguien, la intimidad no sólo viene después del matrimonio, sino que tiene que darse bajo las circunstancias apropiadas dentro del sacramento. El sexo es una expresión de sentimientos de cariño y romance, junto con el deseo o la voluntad de procrear. No tendría sentido desde la perspectiva del amor auténtico, entrar en la intimidad con una intención egoísta. Cualquier sentimiento negativo entre los cónyuges deben ser resueltos previamente, y ambas partes deben estar abiertas a la posibilidad de una nueva vida. De lo contrario, la intimidad se convierte en un placer egoísta y deja de ser amor.
Por último, la intimidad es siempre en sí misma buena, pero como seres humanos imperfectos, a veces la usamos de un modo pecaminoso e inmoral. Sin embargo, si entendemos plenamente lo maravilloso y sagrado que es el sexo, del mismo modo que entedemos la santidad de la Eucaristía, seremos tanto más capaces de tratarlo como el gran regalo que de hecho es: la expresión perfecta de nuestro amor por otra persona, y la espera siempre lo vale.